miércoles, diciembre 31, 2008

Dejando de ser



El mundo de las palabras se agota en su misterio.
Escuchas, omites, observas y no queda nada claro:
las personas tienen todas historias que retuercen sus sonrisas,
que curvan sus miradas
y el daño que nos hacemos se diluye sólo por instantes.

Huye detrás del sol, corre sobre cuatro ruedas,
la música es también humana pero no duele:
sólo te mueve en un trance con el camino
Se acompasa a los sentimientos sin nombre que tienes,
alisa la carretera, le quita detalle al ocaso.

Sombras y luz roja, dejas de ser también una persona.
Te conviertes en conciencia, el camino carga el peso
y sólo miras, sin significar.

Sientes como las piedras,
Piensas como las plantas
Por un rato, estás en paz.

lunes, diciembre 29, 2008

Ocaso



Desaparecer es un arte viejo que se domina con facilidad:
se trata sólo de cerrar la puerta y no volver la mirada nunca.

He desaparecido de la escena del crimen,
justo en el silencio del último golpe.
Me fui en el inicio de un sueño hueco,
cuando ya no tenía besos dulces qué regalar.

Hubo una ocasión en que nunca estuve
y llegué marchándome con la cabeza en otra parte,
para azoro de los ojos verde azules que me esperaban.

Quedarse es lo complejo, crear y ser creado,
decir y construir códigos, amar en plano libre.
Ser, ser lo que se es, seguir siendo,
sin que sea un obstáculo para el ser del otro.
Eso quiero, eso busco, ninguna otra cosa quiero.

Es posible. Hay que buscar muy tan adentro del otro
para encontrar el valor de querer más allá de las circunstancias
y no temer el espacio enorme de la ausencia.

¡Pero qué hermoso cuando se logra!
El relato de la vida paralela,
las sonrisas que se cruzan por el aire,
la imaginación y la añoranza.

Y un día, por fin, el tiempo compartido en un mismo espacio.
Horas o años para mirar juntos, para saborear y oler,
para darnos cuenta que siempre estamos solos
y que centímetros o kilómetros de distancia poco importan
cuando se entiende lo que es en verdad el amor.

domingo, diciembre 21, 2008

Vacaciones

No paro de escribir en mi mente. Cada vez que el mundo se mueve dejo de ver y comienzo a explicar, con palabras armo renglones sobre el rayo de sol que atraviesa la ventana, permitiendo que vea las partículas de polvo y trabaje sin prestar casi atención a lo que hago.

Pasan a veces las horas llenas de deberes diferentes a las letras: ser amable, convencer, vender, organizar. Decidir y barrer la tierra que se mete en el nuevo local, atender por la noche el montaje en un hotel, volver a casa hambrienta, agotada, soñar con el trabajo, los pendientes, las vacaciones que hoy ya son.

Pierde el tiempo su peso cuando no hay nada qué hacer obligatoriamente. Y pienso en los momentos que nos salvan del miedo, como una noche en la casa de muros blancos y platillos comentados, capaces de llevarnos a otra tierra, real o imaginada por el cocinero-amigo-anfitrión.

Como una extensión del placer ingenuo de compartir el vino y la comida son las vacaciones, tiempo para olvidar mi nombre y ser sólo una persona con los días sin argumento por delante, listos para ser llenados por encuentros, huídas y remansos largos. Estos son días para aprender a alargar los instantes, y acomodarlos, por fin, en estas líneas.

miércoles, noviembre 26, 2008

Misma especie

Para el Gambito.

Hubo, quizás, un invierno originario
que te metió el frío en los huesos
y te lanzó al mundo para buscar
sin saber el objeto de la pesquisa
ni las probabilidades de éxito.

Como viejo marino reposas,
desorientado, sobre una roca
a meditar acerca de los vaivenes
y las desgracias.

La curvatura del océano aún no se precisa
y cada ola le da forma a la historia.
No tienes más mentalidad que el agua enorme
que te lleva de un puerto al otro
cruzando vidas y argumentos
como propiedades privadas apenas pisadas
por un ladrón o un turista.

Pertenecemos, te decía, a la misma especie.

miércoles, noviembre 19, 2008

Parque Hundido



Detrás del paisaje, más allá
en aquella zona pública
más privada que una cama.

Miras los árboles desgajar semanas
y a los soles decolorar piedras.
Caminas a través de tus años
por el mismo sendero
de la ruta Tolteca.

El parque se las ha ingeniado
para olvidar su pasado de ladrillos
y conservar el silencio de los transcursos.

El último calor del otoño se concentra
en la glorieta de la palma pequeña;
los niños son como pequeños animales
que completan, sin molestar, el entorno:
los hijos de los que no tenemos hijos
son siempre bellas postales.

Y los apartas de un soplo
para volver al olor del acero,
la textura descascarada de tres capas
de pintura (dos azules y una roja).

Y caes en el vaivén del cuerpo
a la sombra y a la luz, ritmo sin tiempo,
rato sin minutos, íntima infancia recobrada.


lunes, noviembre 10, 2008

Una pausa...



Para mi amor.

Como la respiración de una bestia dormida eres.
El último impulso vital de una flor que se marchita.
Vienes suavemente con ese par de ojos
que escudriñan a todo el que pasa.

No interpretas: imaginas, a partir de lo que ves.
Creo que en el fondo poco te importan los demás.
En tu mente, a tu antojo, todos son lo que deben ser,
lo que viste en ellos, lo que pasa de largo
sin tocar tu silencio perfecto.

Puedes llevarme de la mano
por todas las banquetas del mundo.
Hablo y me río, absorta en un detalle,
confiando en que estás tú para evitarme las caídas
los obstáculos que me amenazan
cada vez que en mi prisa omito al mundo.

Sólo tú puedes responder preguntas como
el color de los zapatos de una vieja
que cruzó la calle siete cuando fuimos al mercado.
O comentar sobre la mirada torva de un hombre
que estuvo en nuestro campo visual cinco segundos.

Maestro de la pausa, fabricante de silencios musicales:
te amo porque eres todo lo que no soy
y recibes todo lo que no tienes.

martes, noviembre 04, 2008

Gota de agua

Foto: Jorge Alatorre, el Don.



Para Hans, desde el río.


Como un temblor,
parpadeo de detalle.
La fotografía deja todo fuera de foco
exceptuando el leve movimiento de la gota,
la piel efímera de un pétalo.

No la vimos abrir;
tampoco morir.
Sólo la encontramos en un momento
en que no era flor ni gota,
sino un algo indescriptible
que nos recordó esos instantes
congelados en el alma,
que se convierten en revelaciones
o querencias.

Así eres tú, gota de agua lejana,
sin verte florecer ni marchitarte,
recuerdo la polémica tanática,
las texturas del regalo
y la certeza fresca
de que vives y peleas
por mirar con tus ojos un mundo
demasiado bello para ser tan cruel.

domingo, noviembre 02, 2008

Viejo, nuevo


Pongo de nuevo las fotografías, las veladoras y cosas que les gustaban. Toda la noche el olor a parafina y flores impregna la casa. Cada una de esas historias parece sacada de la progesión temporal que solemos llamar vida: ya no recuerdo cuántos años tenía cuando comí con Dora bajo el sol; cuando recorrí las carreteras con Iván, asustada de la velocidad; cuando miraba a Adrián a través del licor dulcísimo que se servía en su casa.

Incluso hay casos tan lejanos, que han dejado de ser recuerdos concretos para volverse una esencia, algo así como un color y un espesor del aire que me recuerdan el cariño de una persona, de un gato, de un abuelo. También pienso que hay seres cuya foto debería poner en la ofrenda, porque aunque están vivos ya no lo están para mi.

Me siento nueva todo el tiempo, mis recuerdos son los de alguien más, una mujer que ha vivido accidentadamente muchos años. Yo sigo aquí, jugando a no ser yo como si fuera mi biógrafa, un ser que se levanta cada día sin saber qué hacer con el amanecer ni asumir sus deberes con seriedad. Todos estos muertos me recuerdan muy claramente que somos lo que creemos ser y que sólo a nosotros nos importa.

martes, octubre 14, 2008

Bitácora azorada

Comienza otro mes, se me pierde el hilo de las horas en cumpleaños que se vienen uno sobre otro, en colores y sabores diferentes.

El trabajo se atraviesa con sorpresas que ya conozco: son otras medidas, otros propósitos pero la prisa es la misma vieja entrometida.

Las noches me regalan sueños delirantes en sótanos de tortura y oscuros castillos medievales que robé del libro que estoy leyendo.

Las tardes de sol, aún doradas pero ya frías, se la pasan murmurándome frases escritas por un brillante solitario, en esta misma ciudad, hace setenta u ochenta años. Y regresa el tema de la esperanza y quisiera guiñarle un ojo a Antonio Caso y decirle sí, antiguo y ya muerto compañero humano, la bondad existe y nos convierte en personas.

Un querido amigo tiene un pie en su nuevo barrio; la pequeña Hierbabuena todavía pasa las noches en vela trabajando con el desparpajo habitual y mi artista favorito sigue las extrañas rutas de su profesión con una alegría metódica que yo jamás tendré.

Compartir la cama vuelve a ser una costumbre sonriente y el amor hace que las noches, cortas de por sí, por poco desaparezcan.

Empieza el mes y de pronto está a la mitad. Volveré a abrir los ojos para darme cuenta de que, como a casi todos, me gana el tiempo.

martes, septiembre 30, 2008

Vejez prematura

Para Silvana y Martínez

Prendo otro cigarrillo. Mi cuerpo tiembla levemente, sigo pensando en lo que estoy pensando y omito una reacción física evidente. O dejo que me acaricies, la piel todo lo despierta. Pasas un dedo por una superficie en la que las cicatrices de la infancia se han borrado casi por completo.

Me miro en el espejo y veo otra clase de marcas: hace mucho tiempo intenté imaginar el día en que podría observar en mi reflejo el transcurso de la vida. Ahora puedo hacerlo: veo el rastro de los dolores y la prueba de la risa; las ojeras preocupantes de la escuela y el trabajo, la duda estacionada a la mitad de mi frente. Son apenas esbozos, pero puedo ver claramente lo que seré en algunas décadas.

Me sirvo más vino y escucho hablar a la cantarina que dibuja. Me deja atónita con una verdad, sorprendente por simple: el cuerpo que tenemos es el mismo que tuvimos, el mismo que tendremos. Me dice, nunca somos niños, somos como ancianos en proceso de serlo.

Eso creí siempre, pienso mientras me río por dentro, esta mente sombría y aferrada a las sensaciones siempre ha sido la de una anciana pesimista que busca pruebas con qué refutar sus augurios oscuros, que a veces se distrae con la fantasía de ser aún joven, de amar y moverse, mientras siente el vértigo que provocan los recuerdos: qué cerca parecen, pero qué lejos están.