martes, octubre 14, 2008

Bitácora azorada

Comienza otro mes, se me pierde el hilo de las horas en cumpleaños que se vienen uno sobre otro, en colores y sabores diferentes.

El trabajo se atraviesa con sorpresas que ya conozco: son otras medidas, otros propósitos pero la prisa es la misma vieja entrometida.

Las noches me regalan sueños delirantes en sótanos de tortura y oscuros castillos medievales que robé del libro que estoy leyendo.

Las tardes de sol, aún doradas pero ya frías, se la pasan murmurándome frases escritas por un brillante solitario, en esta misma ciudad, hace setenta u ochenta años. Y regresa el tema de la esperanza y quisiera guiñarle un ojo a Antonio Caso y decirle sí, antiguo y ya muerto compañero humano, la bondad existe y nos convierte en personas.

Un querido amigo tiene un pie en su nuevo barrio; la pequeña Hierbabuena todavía pasa las noches en vela trabajando con el desparpajo habitual y mi artista favorito sigue las extrañas rutas de su profesión con una alegría metódica que yo jamás tendré.

Compartir la cama vuelve a ser una costumbre sonriente y el amor hace que las noches, cortas de por sí, por poco desaparezcan.

Empieza el mes y de pronto está a la mitad. Volveré a abrir los ojos para darme cuenta de que, como a casi todos, me gana el tiempo.