miércoles, octubre 26, 2005

Este clima me destempla

Me siento nerviosa. Mi pasado me persigue en una forma absolutamente ajena a mi cabeza y sólo siento, recuerdo cosas vistas en días como estos, rutinas abandonada hace años, bocas, aromas y vocaciones poco lícitas temporalmente adormecidas.

También las oficinas, las sillas que he ocupado en otros tiempos. El impacable poder legislativo con todas sus sopresas; la mugrosa y acogedora redacción del periodiquito; la apiñada promiscuidad del programa educativo, estas paredes azules, antaño blancas.

¿De qué ha servido, fuera de lo inmediato, tanta dedicación? ¿A dónde van las frustraciones? ¿Por qué no pasa nada cuando las historias se disuleven en el pasado? Estas tardes son tequileras y empiernadas, ya me lo he dicho (ya me lo han dicho), y pensar mientras se trabaja, con esta variación de luces, con esta amenaza de llovizna, sólo va dejando una ansiedad con la que me empiezo a comer las uñas, a distorsionar los momentos, a volverme proclive a la locura femenina.

Mejor me río y me pongo a fumar en el parque, quizás con un amigo disfrazado de señor, más ansioso que yo; o con una amiga que me lleve por las calles en su impecable camioneta de señora, o con mi amor, capaz de tranquilizar al más pintado a punta de abrazos y risas.

(Esta fue Mi Seriedad Puritana v.1.1 beta for Windows XP)

viernes, octubre 21, 2005

La rebeldía de un viernes

Hacer una reunión para leer las citas de los famosos (pido Eloísa) y aprender el curso del mundo. Analizar las entrañas de cada momento y creernos arañas y pensar en los hilos de locura que atan y desatan nuestros apetitos por el mundo.

Si vamos a ponernos a escuchar música, llevo mis agujas de tejer y a mi propio equipo doméstico para mirar esquinas, para repartir sonrisas, para apabullar al personal. Cortar una granada, vestir un huevo y pensar en los viejos romanos tan modernos, como cuento antes de dormir.

Si vamos a la Condesa, traigo mi delantal de ama de casa, mi seriedad puritana y la botella escondida en la bolsa, nada más para no dejar mi dinero regado en tal despropósito, para desentonar con los alcohólicos chic, para demostrarle a mi reflejo que escandalizar suele ser más sencillo de lo que se piensa.

O mejor: quedarse dormido de cansancio, darle la vuelta a una fortaleza nada más por contar las piedrecitas de Churubusco, bailar salsa o jota, cantar sin preocupaciones, planchar sobre la mesa del comedor y quemar discos para cada embotellamiento, que apoyen miradas para cada pobre automovilista que no sabe todo lo que yo.

miércoles, octubre 19, 2005

Sobre los argumentos en la vida (y en el cine)

Para el Fifer y David Lynch

Se me viene el mundo con sorpresas que no había previsto en mi ruindad existencial. Este lugar ya va dejando de ser donde nací, perdiendo sus atributos mágicos, costándome más y más trabajo.

La ciudad se condensa en un solo punto, me grita todo lo que estoy perdiendo sin decirme bien qué es, me recuerda a todas las personas que quiero y no veo, a las que quiero y ya no puedo ver. ¡Todo pasa tan pronto! Y aunque me la pase añorando el tiempo laxo (ese que se va como las migajas de pan, desperdiciándose bajo la mesa), si lo tuviera, estaría comiéndome las uñas por la falta de actividad.

El punto de locura está en las incoherencias que arrastramos, en una inensatez que no llega a serlo, en pequeños y grandes ciclos que cumplimos apenas con un dejo de lucidez. La vida no tiene explicación, le falta argumento, se conforma de ideas voladas y emociones inminentes.

viernes, octubre 14, 2005

Agobio solucionado

Atrás no veo más que tinta: en mis manos, en los millones de puntos que se alinean gracias a la banda de datos, en las letras, negras hormigas que se apilan en hojas blancas. Adelante me espera la noche apresurada frente al monitor; el verte cerca pero distante, involucrado en tus propios deberes; más allá, un descanso breve aferrada a tu cuerpo.

Ya voy atravesada de la frente a la nuca por el humo del tabaco. El ruido me embota, ni los cantos de las sirenas me seducen. Comienzo a reírme como defensa. Todavía queda el pasar por aquella oficina vacía, saludar, platicar un poco, tomar una cerveza.

Todo el cansancio se me acumula sobre la espalda. Me viene la tranquilidad del condenado, porque nada puedo hacer para evitar estos trances. Me pregunto si vale la pena, si tiene razón todo este barullo confeccionado, si no fuera mejor explorar otros caminos.

Pero me sigo riendo. Aquí estás, consumiéndome las letras, ablandándome las tristezas, haciéndome cantar enmedio de todos los embotellamientos, entre trago y trago del licuado de fresa.

Lo demás es lo de menos.

miércoles, octubre 12, 2005

Formas... ¡jamás alardes!

Vamos a repasar las causas de este amor.

Una está bajo la lluvia de las mañanas de muerte citadina. Nada puede compararse con la temperatura borrosa de tu cuello bajo las cortinas, acallando todo paso de tacón por la escalera, cualquier niño, con o sin tarea, y cada perro nervioso que ve espectros en el agua.

Otra anda y hormiguea en la curvatura de tu risa imaginaria. Porque a cada momento que no estás te redibujo en mi cabeza, te vuelvo a pasear por todo mi cuerpo y te siento, en un casi estar contigo que me llena de ansiedad hasta borrarlo.

¡Y qué decir de los caminos sobre ruedas que hacemos! La ciudad me asusta y me llena de desilusión a cada golpe de defensa contra otros. Nadie se preocupa por cuidar de los demás, pero en ese espacio pequeñísimo de leche y pan de las mañanas, te voy observando con tus cambios de humor, acechando la mirada que devuelves de reojo, la preocupación mutua, la sonrisa alentadora.

Yo sé que hay muchas causas como esta, sé también que cualquiera podría declararlas inválidas o efímeras, pero también sé que todos las buscan, que algunos las encuentran, que todos los que las han tenido, las atesoran. ¿O acaso no las recuerdas y hasta sonríes?

jueves, octubre 06, 2005

reblandecidos

El agua llenó el techo de la terraza superior. Las hojas de los árboles y la tierra habían bloqueado la salida de la coladera. La lluvia poco a poco se almacenó, los truenos opacaron el sonido del tráfico, el agua buscó salida.

El muro se llenó lentamente. La pintura se hinchó y por aquí, más allá, surgieron burbujas que explotaron de pronto por su punto más delgado. El agua corría por la pared azul, se escurría hasta el piso, formando un charco helado que crecía y crecía.

La sorpresa de la intrusión nos alegró a todos. Hicimos la brigada para barrer la azotea, los chorros cayeron sobre la banqueta de la calle 7 durante minutos largos, tan fuertemente que nadie se atrevió a asomarse, por no encontrar un peatón empapado y furioso. Otros nos dedicamos a pinchar las burbujas con clips, a secar el piso, a elaborar teorías descabelladas sobre el reblandecimiento de las estructuras.

La tarde terminó antes de lo previsto. Nos lanzamos al tránsito paralizado de la ciudad, los muros quedaron en calma, un poco resentidos por el episodio. Me quedé pensando en el destino de las gotas y los torrentes, en los ríos que todavía buscan su curso con la violencia de las tormentas, en las personas y sus extrañas reacciones ante la humedad.

Qué extraño es lo real.