lunes, noviembre 30, 2009

Calzada de Tlalpan - 1

Cuando era niña, pensaba que lo mejor que podría sucederme sería vivir en Calzada de Tlalpan. Pasábamos, en el auto familiar, dejando atrás los comercios alegres, la gente saliendo y entrando de lugares y el sol, que calentaba aquella avenida ancha como un río. El metro pasaba encima como un barco larguísimo y alado en el que creía yo se escondían todos los misterios de la humanidad. Veía casas enormes con ventanas de vitrales, palmeras inusitadas y edificios enormes.

No sabía lo que era un hotel de paso, una puta o un ladrón. Simplemente aquella línea de asfalto era tan larga que abarcaba desde el hervidero de gente que compraba cosas en el centro, hasta las junglas pueblerinas del sur. Y vivir ahí, soñaba, me convertiría en una sabia dominadora de todos aquellos secretos.

Estaba tan lejos de mi casa. Era otro mundo, uno bullicioso y lleno de colores, no como la pequeña privada en Cuemanco en la que solía jugar con mis vecinitos, y la ventana con vista al jardín minúsculo en la que el silencio me envolvía antes de dormir.

Allá, así de lejos, llegaría yo alguna vez.

jueves, noviembre 05, 2009

El arte de aparecer a tiempo

La tarde nublada se congela en un instante largo.
Sin sombra no hay movimiento, sólo un continuo temblar
en las ráfagas grises del otoño.

Te recuerdo al final de una idea precisa
que aparece al borde de la hoja.
Las palabras de un hombre brillante y muerto me regresan
a ese tú que refugia su vida
en la belleza del bálsamo
que dan los pensadores a los desesperados.

No cabe la cuenta de los años,
el tuyo fue un tiempo
que tan sólo
fue hace tiempo.

Por la noche, en mi montaña
reconozco tu mirada altanera, lastimada,
hastiada de ver a los otros, como bestias torvas,
golpearse hasta morir en la tristeza de no habitar el mundo.

Pasan, como han pasado, los días innumerados,
las aventuras que vivimos
(y nunca nos contaremos),
el silencio con puntos suspensivos
que se prolonga indefinidamente.

Nos conocimos en un tiempo de nadie
-que ni siquiera fue nuestro-
separados por una vida entera desde el primer momento.
Y los amores desiguales
sólo pueden vivirse en la sorpresa.

Y así apareces, sin quererlo nadie,
en el campo de mis descubrimientos.
Cobra sentido un recuerdo
y tengo que encontrarte para contártelo
como si al leerlo, hubiera sido creado.


***


Te llamo, contestas.
Todo sigue como siempre:
dos extraños que se entienden
porque aprendieron a hablar la lengua de lo inmortal.

Una vez más, apareces a tiempo.