lunes, abril 03, 2006

Sol de las cinco

Para Miguel

Hoy anduve dormida, como varios millones me encontré indiferente a la imposición del ritmo que escribe la ciudad. Maldiciendo el horario no me di cuenta del encuentro que tendría justo a las cinco de la tarde.

Te puedo contar al oído que a las cinco de la tarde he estado recostada frente a ventanas ajenas, mirando un sol que pasa de dorado a blanco en minutos incontables, que se deja traspasar por las sombras de las hojas y se resuelve en morado, en azules violáceos y por fin la noche, en el único instante que se puede llamar tímida, apareciendo sobre los tejados con el flaco favor de las luminarias, que le arrebatan lo que de temible pueda tener su aparición.

Así lo he observado de vez en cuando, ya por varios años, sólo en momentos de calma que caen sobre el asfalto como gracia para los mendigos, para todos incluyendo al que cultiva sus dolores y el que ignora la belleza.

Claro que puedo decírtelo, de hecho te lo conté mientras te clavaba el dolor de la frente a la almohada, pero cosas como esta sólo pueden escribirse.