Él se reflejaba en los espejos de mi casa,
en los que solamente yo tenía permiso
de aparecer.
Y mirarme fijamente, tratando de entender
las razones de esa necesidad
de huir constantemente,
de abandonar las rutinas
apenas construídas
de oler el cambio, ensayar el abandono
y desdecirme de todas las caricias maternales.
El pavor que el "para siempre" me provoca
proviene de la certeza
de que atar a alguien de esa forma
es una modalidad de la crueldad.
Uno que muta, se refleja y cambia
no puede permanecer anclado a una sentencia
de esas sucias
que se llaman promesas.
Pero ese hombre se reflejaba en los espejos
de mi casa.
Esos que son sólo míos
y de los desvaríos.
Cuando uno queda en esos lugares, se corre el riesgo de crear un ente con vida propia que sólo estará ahí, a veces bueno, ya no se está solo dentro y cuando ese lugar es un bosque oscuro, ahí está, controlado por completo por nuestro no racional, impulsivo, destructivo y sin embargo con las respuestas que se necesitan, arma de doble filo, creo, tener a alguien que un tiempo después no se parecerá al mismo del que tomo la forma. Uno de tus desvarios toma forma y cuerpo.
ResponderBorrarA veces lo creo así; otras es el reflejo del otro que te salva de tus estúpidas creencias y convicciones. Un beso, Silencio.
ResponderBorrarHay reflejos que lastiman y mucho. Abrazos.
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