domingo, agosto 01, 2010

Ensayo de un hombre

Conozco a un hombre sin más convicción que la guía de su mirada.
Es inocente y malvado como los niños, por eso tiene intacta la paciencia.
Deshace mañanas enteras, construye noches en las que se bebe
como la gente grande y se come en largas sobremesas de canciones
y ensoñaciones de humo azul, serenas como el tiempo que perdí
aprendiendo que lo importante siempre es cualquier cosa.

Ese hombre que va y viene sin tropezar más de lo debido
tiene un sombrero, una mujer cuya silueta se adapta a cada extraña
y un número de la suerte que está a punto de aparecer.
Las sábanas de su cama son azules y el techo de su habitación
está lleno de burbujas de agua en las que duermen los nombres
de las niñas pequeñas y grandes que sonrieron a su lado.

Conocerle las esquinas es un arte de ciegos
y reinventarle los músculos un trabajo de agua caliente,
jabón y temple matutino.

A ratos ama. A ratos duda. Se muestra y no sé si sabe
que lo que veo en él me quita un poco la orfandad
de los reproches del miedo y me devuelve el poder
milagroso de salvar a mi ciudad de la horca.

Y eso jamás me podría lastimar.

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