Está hecho de carne y botones
que se fueron cayendo en las avenidas,
por la velocidad y ese vicio imposible
de dejar pedacitos de sí mismo como pistas.
Lo reconozco en las espaldas-refugio
que a veces me presta la vida, juto a una ventana
siempre sin estrellas, pares de ojos
que están vivos como animales olvidados.
Ha sido mio a ratos, sobre las letras,
siempre en los sueños, en las promesas,
esas tonterías que decimos sin pensar
y que luego masticamos dolorosamente en el tiempo.
Y no me atrevo a invocarlo, espero a que regrese
quizás esta vez con nombre propio,
aburrido de ser muchos, decidido a tener vida
y a matarme de amor con su muerte.
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