miércoles, diciembre 19, 2007

Final e inicio en la montaña

Soñando, de cara a la pared
Se quema la ciudad
Soñando, y no hay más...

Lhasa de Sela

Caminar es medir cada paso en la pendiente que se extiende al frente. Es despertar con el aire helado en los pulmones y buscar el ritmo del calor, la pausa justa en la respiración.


No pensar en los quiebres del camino, sólo mirarlos y encontrar que sí, aquí también las piedras amanecen abrillantadas por el hielo y te bailan en los ojos con el sol diagonal del amanecer. Hay un río, represas que contienen silencio, ese que no existe allá, donde guardas tu cama.

Y árboles que comienzan debajo de las huellas de alguna erupción volcánica. Nadie ha clavado cimientos aquí, sólo los pinos que se alzan sobre el día, escupiendo todavía algunas verdades al calendario y al reloj. La casa de lo verde es muda y llega al cielo.

Para que pudieras andar, alguien tuvo que trazar este camino que bordea cerros, tender los cables de alta tensión que violentan el paisaje con el zumbido amenazante del futuro, poner a pastar las vacas, crear las rosas de nieve que nadie se atreve a tocar. Correr la voz (¡existe un camino!) y dejarlo a la posibilidad de tu mirada para que lo volvieras realidad.

Las piernas te responden. Dejan de existir, sólo eres aire acompasado que entra y sale, todo ojos para leer el mundo. Arriba, donde ya no hay nada que escalar, te tumbas en la tierra a mirar. ¿Para qué anudar historias, besos, llegadas y despedidas? ¿Dónde poner todo lo vivido? ¿Cómo empiezan las cosas, por qué terminan siempre?

No hacen falta respuestas. Si en algún lugar y momento acaba o inicia algo, es aquí: en un instante largo que palpita, que no tiene razones ni sonidos.


Sólo están tu y el mundo.




1 comentario:

  1. Ese instante en que vemos al mundo con otros ojos y todo el espacio es nuestro, muy nuestros. Hermosa reflexión. Abrazos y felicidades.

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