Eran los tiempos del viento
y el descubrimiento de las montañas:
estábamos más cerca del borde
de lo que habíamos imaginado.
Entre el humo y la velocidad,
habíamos perdido el rastro
de las cimas y los astros.
Flotábamos en la ensoñación
de los días que huyen sin nombre.
Vinieron las nubes a despertarnos,
a enseñarnos las rutas del aire
en los dibujos efímeros del instante
portentoso que precede a la noche.
Y estuvimos a punto de salir
de los salones y las oficinas
para acostarnos en la hierba
y dedicarnos a mirar, a respirar, a vivir.
Mas justo a tiempo recordamos
que lo hermoso no cambia el mundo
que había que checar tarjeta, echar la llave
y correr hacia la casa a refugiarnos
de nuestra propia incapacidad.