domingo, mayo 27, 2007

Espejo roto

El mundo se quiebra y se intenta recomponer a cada instante. Es domingo y la avenida me regala un respiro, los autos se esconden en sus cuevas otros cino minutos y el café suena en la taza como un lago sonaría enmedio de la Huasteca. Así de hermosos son los rincones de esta guerra.

Porque allá, en la cocina, crecen las hojas de una papa cambray. Todas las mañanas le hablo, la dejo encargada al sol y me lanzo a trabajar. Mientras tanto, me pregunto la suerte de aquellos amigos que se han ido por nobles o estúpidas razones, y alguien ejecuta personas en todos los pueblos tranquilos que conocí en mi niñez.

No es este el mundo en el que nací, pero está siendo el mundo en donde crezco. El arte de la supervivencia se vuelve lo único importante; mi niño deambula por la casa con sueño; el gato me regaña por comida y descubro que ahora mismo es el primer momento tranquilo que tengo en varios días. El espejo roto en el que vivimos me ha dado una tregua perecedera, pero que es mi única razón para seguir amando esta tierra.

1 comentario:

  1. Vivir a punta de treguas perecederas. Qué bonito. Cinco diez quince minutos de amnistía detrás del espejo, y un suspiro para olvidar y poder volver a estar perplejo (rima involuntaria).

    Así pasan los años, o las horas, o las miradas cósmicas que en su trayectoria vectorial chocan de pronto con la cocina, el gato, el roto espejo. Lo que sea.

    Este no es el mundo en que nacimos, no. Ni somos los que nacimos en este mundo. Y de las pequeñas treguas que nos otorga esa extraña coyuntura es que podemos vivir y darnos tiempo. Para todo. Para lo que sea. Y quizás, esta vez, (en mi espejo, en mi coyuntura, en mi gato o en mi cocina, ergo, en mi tregua) ese tiempo sea para decir:

    Te quiero.

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