lunes, agosto 07, 2006

esos temibles objetos...

Llego a la casa. La gata Mariano no desea comerse las sardinas y maulla por sus croquetas habituales. Todo está limpio, ordenado. En el aire húmedo se desliza algo así como un perfume que hace juego con la penumbra de la tarde. Un espacio deliciosamente ordenado para añadirle música, algo de luz y descansar.

De pronto me encuentro, en la mesita de las llaves, con un objeto temible. No lo parece, y más bien da la idea de algo bonito y alegre. Es un cuaderno media carta, color verde, que deliberadamente he intentado traspapelar. Abierto en una hoja con tres teléfonos y una dirección de correo electrónico. Me acerco muy despacio y lo cierro. Lo devuelvo justo a la mitad de la pila de libros, casualmente, y camino hacia otra parte hasta que lo pierdo de vista.

La última vez que escribí en esas hojas fue para despedirme de una persona amada, de mi igual y mejor amigo. Página tras página lloré sentada en un sillón de velatorio, mientras rehuía la visión del ataúd y de su cuerpo, tan el mismo pero sin vida. Al día siguiente, anoté los teléfonos de su padre, la dirección de un amigo suyo.

Está de más decir que nunca llamé a su padre y que el mail que escribí a su amigo nunca tuvo respuesta. Y todavía hoy, cuando el terrible sentimiento del vacío ha quedado reemplazado por una tristeza de baja intensidad y un hueco en los días tranquilos, temo ese objeto, esas palabras que no estoy lista para releer, esos sentimientos que no estoy lista para volver a sentir.

Todos guardamos así, pequeños artículos que representan nuestros secretos, nuestras lagunas emocionales, nuestros demonios. Algunos, para no echarse a llorar de miedo, los exhiben como personajes de circo, pretendiendo que son más grandes que ellos. Otros los esconden e intentan creer que no existen; otros más, como yo, los dejan al alcance de la vista y esperan, con reverencia, el momento para enfrentarlos.

1 comentario:

Escribe algo. Todas las palabras tienen peso.