Para querer
no hacen falta noches insomnes
o largas colecciones de imágenes
tomadas de la vida y sus detalles.
No es necesario
saberse más allá del tiempo,
robarle al milagro sus colores
ni tender paraísos sobre el viento.
Solamente
toma el instante para mirarse
en la carne y la voz de alguien,
encontrar el ritmo y respirar viviendo.
Ignorar al otro
pero poder imaginarlo,
admirar y aplaudir sus piruetas,
interpretar sus dolores y silencios.
Ser honesto.
Aquí nadie sabe nada más
que lo que siente e inventa:
su voluntad y su deseo.
Querer bien es tan simple como las gotas del rocío en las madrugadas del alma. Abrazos.
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