La muerte no acecha,
no se presenta,
tampoco se piensa.
No hay nada que en lo muerto,
no sea desintegración y mudo espanto.
Los cadáveres no son amados:
el cuerpo de un amigo en un ataúd
es tan sólo la terrible prueba
de la ausencia de palabra
y la bienvenida de la falta.
Tan estéril, tan ajena,
temida o anhelada,
la muerte apenas nos roza
nos hace patente el doloroso
deber de continuar sin un espejo.
Todavía puedo llorar,
porque aún me hace falta
la voz de tu pasión y las historias
que sólo tú puedes contar.
No quiero, a casi cinco años de serlo,
ser tu sobreviviente.
No quiero morir pero aún quiero
que no estés muerto.
no se presenta,
tampoco se piensa.
No hay nada que en lo muerto,
no sea desintegración y mudo espanto.
Los cadáveres no son amados:
el cuerpo de un amigo en un ataúd
es tan sólo la terrible prueba
de la ausencia de palabra
y la bienvenida de la falta.
Tan estéril, tan ajena,
temida o anhelada,
la muerte apenas nos roza
nos hace patente el doloroso
deber de continuar sin un espejo.
Todavía puedo llorar,
porque aún me hace falta
la voz de tu pasión y las historias
que sólo tú puedes contar.
No quiero, a casi cinco años de serlo,
ser tu sobreviviente.
No quiero morir pero aún quiero
que no estés muerto.