lunes, noviembre 30, 2009

Calzada de Tlalpan - 1

Cuando era niña, pensaba que lo mejor que podría sucederme sería vivir en Calzada de Tlalpan. Pasábamos, en el auto familiar, dejando atrás los comercios alegres, la gente saliendo y entrando de lugares y el sol, que calentaba aquella avenida ancha como un río. El metro pasaba encima como un barco larguísimo y alado en el que creía yo se escondían todos los misterios de la humanidad. Veía casas enormes con ventanas de vitrales, palmeras inusitadas y edificios enormes.

No sabía lo que era un hotel de paso, una puta o un ladrón. Simplemente aquella línea de asfalto era tan larga que abarcaba desde el hervidero de gente que compraba cosas en el centro, hasta las junglas pueblerinas del sur. Y vivir ahí, soñaba, me convertiría en una sabia dominadora de todos aquellos secretos.

Estaba tan lejos de mi casa. Era otro mundo, uno bullicioso y lleno de colores, no como la pequeña privada en Cuemanco en la que solía jugar con mis vecinitos, y la ventana con vista al jardín minúsculo en la que el silencio me envolvía antes de dormir.

Allá, así de lejos, llegaría yo alguna vez.

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