martes, septiembre 30, 2008

Vejez prematura

Para Silvana y Martínez

Prendo otro cigarrillo. Mi cuerpo tiembla levemente, sigo pensando en lo que estoy pensando y omito una reacción física evidente. O dejo que me acaricies, la piel todo lo despierta. Pasas un dedo por una superficie en la que las cicatrices de la infancia se han borrado casi por completo.

Me miro en el espejo y veo otra clase de marcas: hace mucho tiempo intenté imaginar el día en que podría observar en mi reflejo el transcurso de la vida. Ahora puedo hacerlo: veo el rastro de los dolores y la prueba de la risa; las ojeras preocupantes de la escuela y el trabajo, la duda estacionada a la mitad de mi frente. Son apenas esbozos, pero puedo ver claramente lo que seré en algunas décadas.

Me sirvo más vino y escucho hablar a la cantarina que dibuja. Me deja atónita con una verdad, sorprendente por simple: el cuerpo que tenemos es el mismo que tuvimos, el mismo que tendremos. Me dice, nunca somos niños, somos como ancianos en proceso de serlo.

Eso creí siempre, pienso mientras me río por dentro, esta mente sombría y aferrada a las sensaciones siempre ha sido la de una anciana pesimista que busca pruebas con qué refutar sus augurios oscuros, que a veces se distrae con la fantasía de ser aún joven, de amar y moverse, mientras siente el vértigo que provocan los recuerdos: qué cerca parecen, pero qué lejos están.

martes, septiembre 23, 2008

Septiembre de 2007

Hace un año estaba como despertando de un sueño, volviendo a ser yo en sentido exclusivo. Era un tiempo como para bailar cada mañana en el espejo y reencontrarse, brevemente, con recuerdos muy lejanos que crecieron con su propia, hermosa y retorcida historia.

Otra vez era dueña del silencio y no imaginaba todo lo que desencadenaría ese cambio: sin darme cuenta, cada tanto destruyo la normalidad por miedo a ser siempre la misma, y el mundo se reacomoda inesperadamente. Hubo un dolor necesario, otro completamente superfluo y una calma que de alguna forma anunciaba la llegada de los extraños que hoy son entrañables.

Tenía un tatuaje menos y creía que las aulas se habían cerrado para mi. Tampoco recordé el cumpleaños de Patricio y la computadora de casa servía, no como hoy que escribo en el trabajo, escuchando de fondo Radio Universal.

Y de pronto supe que en estos días se cumplía un aniversario de cosas que merecen ser recordadas, como el incremento en la velocidad de la vida, la tercera década cumplida y los amores que siempre importan, independientemente de su belleza o el estilo de sus argumentos.

Otra vez me sorprendí de la facilidad con la que se puede cambiar de vida.

viernes, septiembre 12, 2008

La vida cambia



Mientras crece una hoja verde sobre la jarrita de la mesa, se acumulan las páginas desparpajadas. Los personajes quieren decirte algo, un trazo violento que clama venganza o una suave curva que te jala una cuerda del alma, te acongoja o te hace sonreír.

Quizás es tarde, bebes café y los números son filas de pequeñísimos parásitos negros que te atacan y dominan todas tus horas. A lo lejos los niños y los hombres duermen, sonríes en una canción y piensas que la vigilia prolongada provoca el efecto de una droga en tu cerebro.

Es que la vida cambia, se construye de planes aplazados y esfuerzos enormes en solitario. A veces es una pelea contra la nostalgia, un arrastrar arena en los zapatos, sentir cien veces el infierno vivido y recomponer la normalidad por pura supervivencia.

Otras es reír por un triunfo, conquistar un beso que no derrumbe la paz, bailar donde menos te lo esperas, encontrarte en otros ojos y darte cuenta que ese es precisamente tu lugar.

Quedan los recaditos apresurados a media jornada, las pláticas virtuales de cinco minutos y las citas retrasadas una y otra vez. El relato de las noches de pasión y las sonrisas de los hijos; los enigmas del amor y los incidentes de la oficina.

Mientras, las hojas sobre la mesa siguen creciendo...